smartphones en menores

La escena es fácil de imaginar: un niño de 10 años con un smartphone de última generación, TikTok abierto, auriculares puestos y cero consciencia de lo que ocurre a su alrededor. Para muchos, esto ya no es una excepción, sino el nuevo “normal”. Pero… ¿debería serlo?

En los últimos años, el debate sobre el uso de smartphones en menores se ha intensificado. Padres, educadores y expertos en tecnología se dividen entre dos posturas enfrentadas: quienes creen que los niños deben familiarizarse pronto con la tecnología, y quienes ven en estos dispositivos una puerta abierta a la desinformación, la adicción y la vulnerabilidad digital.

Y lo cierto es que ambas partes tienen algo de razón.

La falsa sensación de control

Muchos padres defienden que con acompañamiento y control parental, los riesgos se reducen. Pero esa es solo una parte de la ecuación. La realidad es que siempre habrá niños con menos supervisión, con más libertad digital y menos límites, y esos son precisamente los que marcan el ritmo social.

Por muy bien que eduques a tu hijo, siempre habrá un amigo con el móvil “libre”, el grupo de WhatsApp sin filtros o el vídeo que nadie debería ver. Y el problema no es que tu hijo quiera hacerlo mal, sino que la curiosidad y la presión social son más fuertes que cualquier app de control.

Un smartphone o una tablet son pequeñas puertas al mundo. Pero no siempre al mundo que esperas.

Tablets, portátiles y la falsa educación digital

Y no, esto no se limita a los móviles. Las tablets y los ordenadores del colegio están siguiendo el mismo camino.
Se presentan como herramientas educativas, pero muchas veces son dispositivos conectados a Internet sin filtros, con software que ni siquiera pertenece al centro educativo y con licencias temporales que los convierten en un “alquiler digital” más que en una herramienta de aprendizaje.

¿Dónde queda entonces la posesión del conocimiento?
Un libro de texto físico es tuyo, puedes subrayarlo, doblar las esquinas, o guardarlo como referencia futura. En cambio, una licencia digital expira. Y con ella, el acceso al contenido.

El gran problema no es que los menores usen tecnología, sino que lo hagan dentro de sistemas que no controlan ni comprenden.

El espejismo de la educación digital

Hay quien argumenta que mantener a los niños en entornos cerrados —como redes internas o VPN escolares— los aísla del mundo real. Pero ¿no sería más sensato dejar que aprendan a su ritmo, en un entorno seguro?
La educación digital no debería basarse en soltarles un smartphone, sino en enseñarles a entender lo que hay detrás de cada clic.

No se trata de prohibir la tecnología, sino de redefinir el acceso.
Un entorno controlado, donde el colegio o los padres gestionen la red, los contenidos y las aplicaciones, permitiría aprender competencias digitales sin caer en el lado oscuro del Internet abierto.

Lo tangible sigue siendo el mejor cortafuegos

Un dispositivo físico, un libro, una conversación cara a cara… son cosas tangibles, visibles y controlables.
En cambio, un smartphone en el bolsillo es una caja negra: nadie sabe realmente qué está pasando dentro. Y ese es el gran problema.

Educar en lo digital no es lo mismo que entregar un dispositivo conectado.
El acompañamiento sirve, sí, pero no puede compensar la falta de estructura, de límites y de reflexión colectiva sobre el tipo de infancia que estamos construyendo.

Entonces, ¿el uso de smartphones en menores es correcto?

El debate no es “smartphones sí o no”, sino qué tipo de relación queremos que los menores tengan con la tecnología.
Si seguimos abriendo puertas sin mirar lo que hay detrás, no estamos educando: estamos delegando su infancia a un algoritmo.

Y como dice un buen amigo mío:

“El mejor control parental sigue siendo una buena conversación y una conexión Wi-Fi con límites”.

Por Ganix Trejo

Ingeniero técnico industrial con un Máster en Ingeniería en Organización Industrial. Aficionado y curioso en todo lo referente a la tecnología y fotografía.